Sobre las guerras que olvidamos

Ari Folman participó en la invasión de Israel al Líbano en 1982 con 19 años. En 2008 estrenaría Vals con Bashir, un filme en formato largometraje, híbrido documental-terapia con una técnica de animación que entremezcla recortes de Adobe Flash con la práctica de la animación más clásica, creada por el artista israelí Yoni Goodman.

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No hay victoria posible cuando ésta no pone término a la guerra.

Michel de Montaigne

Nuestro presente está rodeado por tantas guerras que dejamos de pensar en ellas, al menos sobre aquellas que no afectan nuestras acciones mentales y físicas. Superamos los amores de la mitad de la infancia, enaltecemos nuestro actuar pasado más benevolente hacia otras almas, y olvidamos el daño que hicimos a quienes dejamos de recordar. Es también parte de nuestra naturaleza el borrar-ocultar-enterrar todo trozo de memoria que alguna vez pretendió hacernos daño. Pero siempre terminamos acudiendo a la redención, como búsqueda de un perdón que nos acerque a la paz.

El cine es reconocido como un medio artístico, el cual tiene como función principal entretener a la humanidad (entiéndase entretener en el sentido más amplio posible, no como sinónimo de diversión directa y esquematizada). Todos los autores que han representado sus relatos a lo largo de la historia de este arte nos han enseñado a amar, a llorar, a pensar, a vivir, e incluso a hablar sobre la muerte y el futuro que podría verse más allá de nuestra existencia. 

Hay quien dice que hacemos películas sobre nosotros mismos, todo el tiempo, que estamos hablando sin darnos cuenta (en cierta parte) acerca del padre que nos abandonó, de nuestro primer beso, del último encuentro con el amor, de aquella muerte sin despedida. Todo esto como una especie de fantasma interno que únicamente se comunica a través de la pantalla, o por medio de la puesta artística. Algunos lo sufren desde la literatura, otros al componer una canción, presentar una coreografía o una obra de teatro. Nuestra vida pasada termina configurando el lenguaje que utilizaremos en el futuro. Nuestras guerras del hoy, serán nuestra paz del mañana. Al menos, esa sería una visión muy romántica para nuestro trágico presente y el futuro más cercano que pensamos conocer. 

Ari Folman participó en la invasión de Israel al Líbano en 1982 con 19 años. En 2008 estrenaría Vals con Bashir, un filme en formato largometraje, híbrido documental-terapia con una técnica de animación que entremezcla recortes de Adobe Flash con la práctica de la animación más clásica, creada por el artista israelí Yoni Goodman.

En el 2006, Ari se encuentra con Boaz, camarada suyo en la guerra, quien le relata la imagen detallada de un sueño recurrente donde veintiséis perros corren con una furia encarnizada por las calles de Tel Aviv hasta llegar a su casa, donde le esperan a la salida. Boaz le explica que posiblemente sean los perros que le ordenaron matar una noche, para no alertar a los vecinos de una aldea enemiga. Quiere saber por qué esos recuerdos lo siguen torturando, y también descubrir si Ari padece la misma persecución mental por las noches, pero éste último le responde negativamente.

Apenas abandona el encuentro, Ari comprende que sufre de una terrible laguna mental con todos los sucesos de la Guerra.  Reconoce mediante ciertos trozos de frágil memoria su presencia en Sabrá y Chatila, pero a pesar de sus esfuerzos, no recuerda cuáles fueron sus acciones durante ese tramo específico del conflicto. Mientras retorna a su casa, Ari accede a un recuerdo del tramo final del conflicto después de veinte años, donde se ve a sí mismo caminando de frente hacia una horda de mujeres llorando y gritando, tras salir de los campamentos de Sabrá y Chatila. Desde ahí, y únicamente con ese recuerdo, iniciará un viaje entrevistando a excamaradas, para obtener más respuestas acerca de la verdad que se oculta a sí mismo, sobre la participación que tuvo en aquellos días de la guerra.

Desde acá no expondré en un orden arquitectónico las secuencias más deslumbrantes del filme, te respeto tanto como mi lector por haber llegado hasta este párrafo que puedo augurar fácilmente tu entero conocimiento de la película sobre la cual hoy quiero hablarte. Buscaste, viste y sentiste la película hace un tiempo, y ahora lo que queremos es recordarla, volver a visitarla y caminar por los senderos que nos lleva la memoria que tenemos de ella, ¿verdad?

¿Dónde estuvo Ari Folman durante la masacre de Sabrá y Chatila?

La respuesta que se intenta obtener durante todo el filme es, en realidad, una puesta sobre la mesa del recuerdo a la pregunta de quiénes estuvieron ahí, quiénes lo permitieron, quiénes lo hicieron todo y quiénes permanecieron en silencio. En una situación demasiado compleja, claramente deben existir varios personajes implicados para conformar la telaraña completa que permitió una tragedia humana tan grande, la cual el mundo nunca debería olvidar. Pero si a nosotros, personajes externos, nos ataca una sensación mental de “cambiar de canal” o “mirar hacia otro lado” cuando presenciamos situaciones de deshumanización extremas, ¿qué le sucede a la persona que vive esas escenas de frente?

Yo no tengo las respuestas suyas, tengo las mías. Puedo compartirlas y llegar a una respuesta conjunta. Recordar para mí es volver a traer cosas a la memoria. Cuando intentamos recordar la vida nuestra nunca completamos las escenas a la perfección, nos preocupamos por los detalles y terminamos por exagerar los elementos, maquillamos la situación, añadimos personajes, dramatizamos, musicalizamos según la época en la que relatamos la pseudo vivencia. Nunca sale igual al original, se dice por ahí que terminamos creando un recuerdo nuevo cada vez que asistimos a él. Imaginamos nuestros recuerdos.

Acerca de indagar sobre los conceptos, me encanta revisitar el principio de estos. ¿Quién fue el primer loco que se preguntó cosas alrededor del concepto de “memoria”? Cicerón. Cuenta el maestro griego que el poeta Simónides de Ceos, luego de presenciar la muerte de un grupo de personas tras el derrumbe del techo de un templo durante una cena, debió identificar a las víctimas como único testigo de lo acontecido. Ellas habían sufrido graves desfiguraciones en el cuerpo y en el rostro, lo que complicaba bastante la labor. Simónides entonces se puso a recordar el orden en el que estaban sentados alrededor de una mesa, para lograr identificar a los fallecidos. La historia más simple nos lleva al entendimiento de la siguiente ecuación: si tenemos el orden de los lugares, podríamos obtener el orden de las cosas, el orden de la realidad que existió. Necesitamos ordenar nuestro mundo, para recordar el pasado.

Mediante el filme comprendemos que existen cosas que involuntariamente desistimos de recordar. Es un proceso humano, bastante natural, también accionado como mecánica de autodefensa para evitar revisitar lugares con cierta energía esquiva hacia nuestra humanidad. 

Ari, soldado israelí novato convertido en piloto automático de ejecuciones sin entendimiento, borró sus recuerdos bélicos tras retornar del conflicto ya que toda su presencia en silencio, al igual que el cuerpo armado sin alma del pueblo de Israel, terminó dando pase libre por varios días a una horrible masacre que tuvo lugar frente a sus propios ojos inertes. Es cierto que no dispararon ellos, pero alumbraron las noches oscuras con bengalas, y no reaccionaron ante los cuerpos caídos que se iban acumulando. ¿Cómo reaccionamos los seres humanos ante la deshumanización? ¿Olvidamos? ¿Recordamos imaginaciones?

Ari Folman presenta una carta de redención con el filme, aclarando que recién luego de varios años pudo comprender su participación directa en la guerra y pide un castigo de paz necesario, el cual sabemos que nunca llegará. ¿Pero por qué debemos esperar a que sucedan las guerras para comprender el mal que ejercen sobre todos nosotros? 

En una escena de calma en All Quiet on the Western Front de 1930, los soldados tienen un pequeño descanso tras el primer almuerzo que consumen en varios días y se realizan la pregunta: ¿Cómo es que empezó esta guerra? Nadie recuerda cómo ni porqué, entonces la cuestión pasa a ser: ¿Qué se necesita para empezar una guerra? Bueno, un país ofende primero al otro, ¿verdad? Pero ¿cómo puede ofender un país al otro? Pues creo que, primero, una persona de un país ofende a otra persona de un país extranjero. Excelente, esa persona no fui yo, que arreglen esta guerra entre ellos. Pienso que cada general necesita una buena guerra para hacerse famoso, para quedar guardado en los anales de la historia como un gran emperador. ¿Saben cuál sería una buena solución? Preparar una celda enorme, meter adentro ahí a los presidentes y al gabinete completo de cada país, sin armas, sin trucos, y que, a simple ingenio de los mismos, solucionen sus problemas entre ellos, podríamos poner unas cuantas butacas y cobrar entradas por éste magnífico evento.

Las guerras y conflictos eliminarán todos nuestros recuerdos ya sea por omisión de nuestra propia memoria o por el simple hecho de que muy pronto dejaremos de pelear, porque ya no habrá nadie con quien hacerlo.

Licenciado en Dirección de Cine en la Universidad Columbia del Paraguay.
Candidato a Maestría en Publicidad y Relaciones Públicas en RUDN University (Rusia).

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