La Organización de Cooperación de Shanghái se expande hacia Europa (y nos da una prueba de cómo se vería la Guerra Fría II)

La OCS provee un foro para que sus miembros para promuevan sus iniciativas e instituciones, como la Comunidad de Estados Independientes, la Unión Económica Euroasiática y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China.

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¿Solamente una charla vacía y un tigre de papel? Luego de haber admitido a Irán en 2023, los líderes de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) se reunieron el 3 y 4 de julio de este año en Astaná para darle la bienvenida a Bielorrusia en sus filas. Azerbaiyán y Turquía también apuntan a un asiento permanente en esta mesa. Aunque carece de proyectos sustanciales para mostrarse, la OCS se establece para convertirse en la plataforma de una “Guerra Fría II”, que genera un mundo seguro para el autoritarismo.

La expansión de la OCS se enlaza a dos preguntas geopolíticas claves de la actualidad. La primera, que principalmente preocupa a los expertos de Asia Central, plantea: ¿la influencia de Rusia en la región está menguando? La segunda pregunta se ha infiltrado en un debate público más amplio, y se relaciona con una imagen mayor: ¿estamos ya viviendo en una Segunda Guerra Fría?

La primera pregunta ha sido respondida frecuentemente con un entusiasta “Sí”. Pero esto parece estar enraizado en diferentes ilusiones.

Por ejemplo, el Parlamento Europeo en enero ovacionó que “la influencia debilitada de Rusia es una oportunidad para expandir lazos con Asia Central”, mientras se preocupaba de que “la creciente influencia de China en la región llama a repensar completamente la estrategia de la Unión Europea (UE) en Asia Central y una presencia más activa de la democrática UE en la región es una alternativa a actores autocráticos ya establecidos”.

Estos cánticos de “Rusia está fuera” son prematuros. Los políticos europeos y estadounidenses se han dado cuenta de esto, dados los florecientes lazos comerciales entre Rusia y Asia Central, los cuales se han convertido en una puerta trasera para que Rusia (y las empresas occidentales) eludan las sanciones occidentales.

Sin embargo, los defensores de la tesis de la menguante influencia de Rusia tienen razón al señalar la creciente huella económica de China en la región. Y otros jugadores globales como la UE, Turquía o Corea del Sur han ampliado su compromiso también. Mientras más jugadores hay, menos importante se vuelve Rusia, pensaría uno. Pero esta conclusión es míope.

Expulsada del club de los Estados occidentales, Rusia no tiene más remedio que girar hacia el Este, catapultando a Asia Central de nuevo a la cima de la lista de prioridades de política exterior de Moscú, justo al lado de China. Bueno para los centroasiáticos, ya que aumenta la posición de negociación con respecto a su antiguo colonizador, mientras que mejoran la cooperación bilateral en comercio e inversión. Mientras más, mejor: el creciente interés en los países de Asia Central elevan su significancia. Sin embargo, lejos de disminuir la influencia de Rusia, esto hace a Moscú un jugador clave en una región mejorada.

Y aquí es donde surge la segunda pregunta: ¿estamos viviendo en una Segunda Guerra Fría?

La idea de una nueva Guerra Fría ha estado dando vueltas por cierto tiempo. George Kennan, el arquitecto de la contaminación estratégica estadounidense contra la Unión Soviética, criticó la expansión de la OTAN por ser una fuente de la “nueva Guerra Fría” en 1998. Veinte años después, Edward Lucas, de la BBC, eventualmente popularizó el término con su libro titulado La Nueva Guerra Fría.

En años recientes, académicos e intelectuales como el último Henry Kissinger, el historiador Niall Ferguson, y el teórico de las relaciones internacionales Barry Buzan, han comenzado a discutir sobre la realidad de una Guerra Fría II. Esta vez, en cambio, el foco está menos puesto en Rusia y más en China. Ambos, Buzan y Ferguson, subrayan que las Guerras Frías I y II, tal como las Guerras Mundiales I y II, no serían idénticas, pero sí comparten ciertas similitudes.

“Los dos requisitos básicos que definen la [G]uerra [F]ría son la existencia de disputas por las que vale la pena pelear, además de un dilema de defensa que eleva la guerra caliente al nivel de derrota, o por encima, como la catástrofe militar que debe evitarse si es posible”, escribe Barry Buzan. Por tanto, la define como “confrontación política duradera y profunda sobre el poder y el orden internacional que […] ninguna de las partes quiere resolver mediante una guerra candente entre las principales potencias”.

Ciertamente, un orden de Guerra Fría es más complejo de lo que las nociones de bipolaridad sugieren. La histórica Guerra Fría era un problema de tres cuerpos donde la rivalidad entre las grandes potencias involucró a terceros: el acercamiento estratégico de Nixon con China, el Movimiento de Países No Alineados y la competencia por el llamado «Tercer Mundo» o «Sur Global».

Esta complejidad quizás esté aún más matizada hoy en día, y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) es un buen ejemplo.

La OCS fue originalmente fundada por Rusia, China, Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán como Los Cinco de Shanghái en 1996 para delinear las fronteras entre China y las ex repúblicas soviéticas.

Analistas y políticos occidentales tienden a desmerecer la plataforma diplomática como una mera charla vacía sin ningún logro sustancial, por fuera de alguna cooperación de seguridad mediante la Estructura Regional Antiterrorista (con el desafortunado acrónimo en inglés RATS). De todas formas, su longevidad y continua expansión de cinco a diez miembros durante casi treinta años puede ser considerada un éxito en sí mismo, especialmente por su principal patrocinador, China.

La cumbre del 4 de julio en Astaná marca un nuevo hito: con el acceso de Bielorrusia, su décimo miembro, la organización se ha expandido finalmente hacia Europa. Esto no sólo ayuda al régimen de Alexander Lukashenko a reafirmar reconocimiento internacional y legitimidad, sino que también muestra que los Estados autoritarios bajo el liderazgo de China y Rusia institucionalizan un foro internacional alternativo que defiende a las autocracias eurasiáticas contra los puntos de discusión occidentales y la promoción de la democracia.

Después de todo, es una alianza de Estados en donde los llamados Estados canallas (Irán, Bielorrusia y Rusia) se mezclan con estados cortejados por líderes occidentales. India, que ha sido considerada un aliado democrático de Occidente, se unió a la OCS en 2017.

Hay buenas razones para desestimar la ampliación de la OCS. Temur Umarov, analista uzbeko de políticas para Carnegie, lo llama una «degradación» que reduce a la OCS a un «administrador de eventos», «un mero caparazón de una institución capaz sólo de organizar reuniones y generar titulares autocomplacientes”.

En efecto, la OCS no se pierde las oportunidades de armar una plétora de comités, consejos y consorcios que hacen poco más que hospedar seminarios y servir como “un hogar para burócratas que empujan bolígrafos”. Según Umarov, incluso la ERA (Estructura Regional Antiterrorista, RATS en inglés) no entregaron mucho más que ejercicios militares conjuntos y comunicados de prensa cuando ocurrieron ataques reales, como en Moscú y Daguestán este año. En el ámbito económico, Moscú ha estado bloqueando temerosamente las iniciativas chinas.

Por supuesto, la creciente diversidad de sus miembros conlleva responsabilidades. Al incluir a India y Pakistán en la agrupación, por ejemplo, admitió dos Estados hostiles a la vez; y China también tiene sus conflictos fronterizos con India, que se rumoreaba que eran una de las razones por las que el Primer Ministro indio, Narendra Modi, eludió la cumbre de este año.

Pero también ofrece oportunidades a Rusia y China: la delineación y desmilitarización de la frontera sino-soviética de 8.000 kilómetros de largo y la construcción de confianza han sido la raison d’être principal de la organización. La membresía a las OCS no resuelve específicamente estos problemas de delimitación, mas ofrece un foro para que las partes convengan y demuestren su buena voluntad para la cooperación. En efecto, Pakistán, India y China continúan participando en demostraciones militares de la OCS, incluyendo la muestra en India (2022), testificando la resiliencia de la OCS.

A medida que Rusia ha frenado las iniciativas económicas de China dentro de la OCS, sirve a sus otros miembros (en particular a los de Asia Central) para que ambos gigantes vecinos se reúnan en una organización conjunta. Les permite dar forma al diálogo político y al compromiso regional, ofreciendo margen para equilibrar el poderío militar de Rusia con China mientras se protegen contra el creciente impulso económico de Beijing. Tal acuerdo también proporciona a Moscú y Beijing un marco para monitorear y controlar intereses en competencia.

Dado que todos los miembros tienen poder de veto, la expansión hace que la toma de decisiones sea indudablemente menos efectiva (solo eche un vistazo a la Unión Europea, en la que la política exterior es rehén del principio de unanimidad), pero también crea una sensación de unidad y empoderamiento para sus miembros más pequeños, como Raffaello Pantucci y Alexandros Peterson señalan en su libro de 2022 Sinostan: China’s Inadvertent Empire.

Después de todo, una tertulia no es inútil para los autócratas y sus vecinos. Por insignificantes e intangibles que puedan ser los resultados de los ejercicios militares conjuntos y las plataformas económico-políticas, por incoherentes que parezcan sus miembros e iniciativas, gradualmente desarrollan relaciones y lazos de seguridad blandos.

Afganistán es un ejemplo de ello. Si bien casi todos los gobiernos regionales, junto con Rusia, China y Pakistán, cooperan con los talibanes, no parece improbable que Afganistán se convierta en candidato para unirse a la «familia de la OCS» en el futuro. Varios países apoyan la reactivación del Grupo de Contacto OCS-Afganistán. Sin embargo, el tema ha causado fricciones, en particular, entre Rusia y Tayikistán.

La OCS provee un foro para que sus miembros para promuevan sus iniciativas e instituciones, como la Comunidad de Estados Independientes, la Unión Económica Euroasiática y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China. El presidente de la OCS de este año, Kazajstán, habló a favor de una integración más profunda con la EAEU, los BRICS y la ASEAN.

La OCS también ofrece reconocimiento internacional, puesto que es un socio activo del Centro Regional para la Diplomacia Preventiva para Asia Central de las Naciones Unidas y la Oficina de Naciones Unidas sobre Drogas y Crimen. El año pasado, el Representante Especial de la Unión Europea para Asia Central se juntó dos veces con el director del Comité Ejecutivo de la ERA (RATS).

Cada dos años, la Asamblea General de las Naciones Unidas ha adoptado resoluciones sobre cooperación entre ONU y OCS (los Estados Unidos e Israel votaron en su contra en 2023). El Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, también homenajeó a la organización con su presencia en la Cumbre, elogiándola como un socio valioso para la ONU. “El Consejo de Cooperación de Shanghái, la mayor organización regional del mundo, tiene el poder y la responsabilidad de instaurar la paz», dijo.

Con una presidencia rotatoria, los Estados miembros de la OCS tienen la oportunidad de llenar la organización con sus iniciativas de política exterior y obtener apoyo diplomático, fortaleciendo así su identificación con la OCS. Un buen ejemplo es Kazajstán, un país buscando reconocimiento internacional como “potencia media” y que perdió su presidencia pro tempore la semana pasada. 

En la Asamblea General de las Naciones Unidas, en septiembre, el presidente kazajo Kassym-Jomart Tokayev invitó a la comunidad internacional a unirse a la propuesta de la OCS “Iniciativa de la Unidad Mundial por una Paz Justa y Armonía”, elogiándolo como una iniciativa para un «nuevo paradigma de seguridad»,» entorno económico justo » y «planeta limpio».

En su análisis desdeñoso de la OCS, no obstante, Temur Umarov admite uno de sus mayores logros: ha expulsado la presencia de la OTAN fuera de Asia Central. Esto no es una hazaña menor, y seguirá siendo una prioridad estratégica de sus miembros principales, en primer lugar, Rusia, China e Irán. «Los miembros de la OCS deben consolidar la unidad y oponerse conjuntamente a la interferencia externa frente a los desafíos reales de interferencia y división», advirtió el presidente chino, Xi Jinping, a sus colegas de la OCS, arremetiendo contra la mentalidad de Guerra Fría de Occidente».

Sobre todo, la OCS se está consolidando como un foro alternativo a las instituciones lideradas por Occidente para crear un espacio seguro para las autocracias.

Cuanto mayor sea este espacio, más difícil será para los países occidentales monitorear y controlar la evasión de sanciones impuestas a países como Rusia e Irán. Aunque Estados como Kazajstán prometen cumplir con las sanciones occidentales, no ocultan su desaprobación general de las «confrontaciones de sanciones«. Rusia, mientras tanto, se regocija por los crecientes flujos comerciales con India e Irán a lo largo del Corredor Norte-Sur.

La membresía de la OCS no está grabada en piedra: va a depender de las dinámicas de la Segunda Guerra Fría. India puede ser la más propensa a separarse, dependiendo de su relación con el campo occidental y su conflicto bilateral con Pakistán y China.

Sin embargo, hasta ahora, la membresía de la OCS conlleva pocos costos y condiciones, lo que hace menos probable que un miembro considere necesario irse una vez que se ha unido. No es una proveedora de seguridad ni una unión aduanera. Más bien, es más parecido a una pequeña “Naciones Unidas euroasiática de Estados no occidentales”.

Más allá de las declaraciones de la última cumbre, los negocios al margen de la cumbre de la OCS son los que valen, las conversaciones formales e informales que profundizan los vínculos. Previo a convertirse en miembro, Bielorrusia participó en la Cumbre de Samarcanda en 2022, Uzbekistán; donde Lukashenko y Xi establecieron una “asociación estratégica integral contra todo clima” entre sus países. Xi también se reunió con el presidente azerbaiyano Ilham Aliyev, quien había sido invitado especial como el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan.

Este año en Kazajstán, Xi volvió a reunirse con el invitado especial Aliyev para anunciar que habían mejorado las relaciones entre sus países hasta el nivel de la asociación estratégica. Bakú también aclaró su ambición de alcanzar pronto el estatus oficial de observador en la OCS.

Además de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Azerbaiyán y Mongolia, la Turquía de Erdoğan tomó parte en la sesión de la “OCS plus”. Y dejó inequívocamente claro que busca la membresía plena de su país, lo que puede causar más irritaciones con otros miembros de la OTAN, ya que hizo tales afirmaciones ya en 2022.

Xi también utilizó la ocasión de la cumbre para reunirse con los líderes kazajo y tayiko. De manera más destacada, Xi anunció su apoyo a Kazajstán para que se una al BRICS, otro proyecto favorito de Moscú y Beijing para desafiar al G7 de Occidente. 

Xi y Tokayev también celebraron el primer cruce oficial de carga china desde Kuryk y Aktau a través del Mar Caspio (que los medios estatales chinos animaron presentándolo como la «ceremonia de apertura» del llamado Corredor Medio) y discutieron el uso comercial de los sitios de lanzamiento espacial de cada uno y la cooperación científica en microsatélites.

Mientras tanto, el ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, se reunió con su homónimo indio, con quien prometió redoblar sus esfuerzos para resolver las disputas fronterizas.

Putin también se reunió con sus homólogos de Mongolia, Azerbaiyán, Pakistán, Turquía, China y Kazajstán. En la cumbre, por supuesto, no perdió la oportunidad de declarar que “la Organización de Cooperación de Shanghái y el BRICS son los principales pilares de este nuevo orden mundial”.

A medida que se desarrolle la Segunda Guerra Fría, solo el tiempo dirá si estos pilares son lo suficientemente fuertes como para llevar a cabo tales sueños de un «nuevo mundo».

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