Andrei Tarkovsky es el artista soviético más reconocido dentro de las remembranzas que ha dejado el cine a lo largo del tiempo, quizás solamente comparable con sus compatriotas a Eisenstein[1] y Kuleshov[2] en cuanto a aportes teórico-artísticos, los cuales significaron un cambio radical en toda forma de entender y trabajar el séptimo arte.
Con el fallecimiento de Stalin en 1953 y el traspaso del poder a Nikita Jruschov, el cine y otras artes disfrutaron de una disminución gradual de la censura, terminó el miedo en el ambiente y con ello también el realismo socialista dejó de verse de buena manera e incluso fue duramente criticado, pero todo ello no bastó para que la censura a obras abstractas, o no muy claras en cuanto a su representación del nacionalismo heroico en la pantalla desapareciera por completo.
Dentro de este contexto se enmarca La infancia de Iván (1962), la primera película del director ruso Andrei Tarkovsky, quien logró hacerse con el León de Oro del Festival de Venecia, siendo la premiación un mérito enorme, pues se trataba de un director novel, totalmente desconocido en su propio país.
Fue contratado a última hora para reemplazar al director original del filme, el cual había sido despedido a mitad del rodaje y con una productora que ya no contaba con el presupuesto establecido desde el inicio. Tarkovsky aceptó el desafío, con la solicitud expresa de poder retocar el guión a libertad y adaptar estas ideas a todo el material que ya había sido rodado, sin contemplar extensiones dentro del presupuesto brindado. Las críticas y miedos estuvieron presentes, pero los resultados llegaron para callar bocas y demostrar que seguía habiendo futuro en el cine soviético, después de todos los intentos de silenciarlo.
La infancia de Iván relata las desafortunadas peripecias de un niño abandonado durante la Gran Guerra Patria, el cual sobrevive trabajando como un escurridizo centinela para los soviéticos. Un retrato del horror en tiempos de guerra, refugiado en el cuerpo de un infante, una pequeña criatura, a la cual le han arrebatado la infancia.
El filme se sitúa en la tragedia soviética más grande de la historia, pero a diferencia de cómo se solía representar ese sufrimiento popular en el cine en aquel momento, Tarkovski demuestra que no son necesarios los elementos militares típicos como grandes pelotones de hombres, explosiones o tanques blindados para aterrorizar al espectador.
Nuestro autor prefiere encerrar al niño en entornos que reflejen el abandono que sufre, y mostrarnos cada vez que puede, su debilucho esqueleto que tantos azotes ha sufrido, o su fino rostro, el cual solo guarda esperanza en los mágicos sueños donde el pequeño juega y sonríe a lado de su hermosa madre.
La llegada de los premios y reconocimientos implicaron inmediatamente un incremento en la atención que le prestaron las autoridades soviéticas a todo aquello en lo que Tarkovsky volcaba su dedicación. Se dispusieron a vigilarlo estrictamente, al temer que sus próximas películas no siguieran los lineamientos del Partido Comunista. Eran días de Guerra Fría y cualquier denuncia hacia el régimen, aunque fuera indirecta o representada a través del arte más personal, era reprimida.
Así, le recortaron presupuestos y le negaron rodajes. Por este motivo tardó siete años más en estrenar su siguiente filme: Andrei Rublev (1969), película que narra la vida y los desafíos del famoso pintor de iconos rusos del siglo XV, Andrei Rublev.
Acá Tarkovsky explora temas como la entrega del hombre al arte, el cansancio que sobrelleva una vida humana preocupada por la espiritualidad, la relación de la religión ortodoxa con la lucha del individuo ruso, en medio de un contexto lleno de violencia y la opresión de sus pares (claro espejo con la situación que vivía el propio Andrei), todo esto contado desde una narrativa no lineal y una duración de más de tres horas, la película es considerada en la actualidad como una de las obras maestras del cine, destacando por su belleza visual, profundidad filosófica e impactante representación de la vida medieval en Rusia (detalles que por supuesto, las autoridades soviéticas no terminaron por comprender, y decidieron censurarla entre cuatro a cinco años).
A pesar de estas restricciones, Andrei Tarkovsky siguió filmando a duras penas. Su siguiente película, Solaris (1972), fue galardonada con el premio del jurado en Cannes, pero para el autor, según su propio testimonio, los elogios son inmerecidos, pues nunca terminó muy contento con el resultado final de la obra, ya que en ella no había podido evadirse de las reglas del género de la ciencia ficción.
Solaris le fue encargada por la Goskino[3], como respuesta soviética al éxito y batacazo en taquilla que representó el estreno de 2001: Una odisea en el espacio, del director estadounidense Stanley Kubrick.
La productora eligió la novela de ciencia ficción del escritor Stanislav Lem como base narrativa, y Tarkovski terminó aceptando la oferta básicamente porque necesitaba el trabajo y el dinero, puesto que todas las prohibiciones impuestas a Andrei Rublev, le habían traído más pérdidas que ganancias en los últimos años.
Solaris cuenta la aventura espiritual del psicólogo Kris Kelvin, quien es enviado a una estación espacial en el planeta Solaris, para investigar extraños fenómenos que afectan a la tripulación. A medida que Kelvin explora el misterioso planeta, descubre que Solaris tiene la capacidad de materializar los miedos y deseos más profundos de las personas, en forma de seres y situaciones reales.
La película examina las luchas internas de Kelvin, su inmensa soledad y la búsqueda de sentido en un entorno alienígena. Se terminan explorando temas filosóficos como la naturaleza de la realidad, el origen de la memoria y la conexión humana con el universo, dejando al espectador reflexionando sobre preguntas existenciales profundas.
Tras el éxito de Solaris, el cineasta logró por fin juntar el dinero para rodar su siguiente película: El espejo, filme que relata de forma onírica e intimista la memoria de ensueño y pseudo realidad de un moribundo poeta, el cual revisita partes inconexas de toda su vida, anclando su interés en el sentido del amor, las relaciones humanas, el paso del tiempo, la cultura soviética, la poesía y el arte en general.
La película se proyectó en unas pocas salas de cine rusas, y las autoridades prohibieron su viaje a cualquier festival internacional, ya que para ellos la obra era inentendible y, por ende, no era necesaria su presencia en el exterior.
El último intento por trabajar en su tierra derivó en el tumultuoso rodaje de Stalker, filme que está ambientado en una especie de futuro apocalíptico, donde una serie de turistas siguen a un Stalker, un guía que los llevará a “La Zona”, un misterioso punto donde supuestamente se conceden los deseos más profundos de quien ingrese hasta ahí. Acá se hablan de temas como la naturaleza del deseo humano, o la búsqueda de la verdad individual en un mundo muerto y desolado.
La película se rodó en terrenos pantanosos de la ciudad de Tallin, actual capital de Estonia, envueltos en un clima tremendamente inestable, lo que, en muchas ocasiones, implicaba postergar el rodaje; todo esto acompañado de la implacable búsqueda del perfeccionismo que estampaba Andrei en su trabajo, con lo cual, había días enteros en los que apenas se obtenía una escena completa que cumpliera con su criterio.
Un revelado defectuoso de los negativos del filme, había arruinado absolutamente todas las tomas exteriores, las cuales se veían demasiado oscuras.
Para agregarle más sal a la herida, Tarkovsky sufrió un ataque cardíaco en abril de 1978, debido a la situación de stress en la que se encontraba, por ende, también, la película se completó recién en 1979, pero aún así, una vez estrenada, ganó el Premio del Jurado Ecuménico en el Festival de Cine de Cannes.
A nivel local, se enfrentó nuevamente a varias barreras de censura y distribución en la Unión Soviética, ya que estaba considerada como una obra artística demasiado complicada para el público, cargada de un mensaje político y filosófico altamente subversivos.
Ya en el año 1979, Tarkovsky inició la producción de otra película, titulada El primer día, basada en un guión de su amigo y colaborador, Andréi Konchalovsky[4].
La película tomaba lugar en la Rusia del siglo XVIII, y estaba protagonizada por Natalya Bondarchuk y Anatoli Papanov. El guión presentaba ciertas escenas que criticaban la condición ateísta de la Unión Soviética, por lo cual, Andréi terminó adjuntando a la Goskino un libreto donde estas escenas estaban ligeramente cambiadas. Pero después de rodar aproximadamente la mitad de la película, Goskino detuvo el proyecto cuando se hizo evidente que la película difería del guión presentado a los censores. Tarkovsky terminaría hartándose de todas las prohibiciones y persecuciones que enfrentaba con cada obra, y decidió, muy a pesar suyo, abandonar su patria y marcharse a Italia.
Su escape en búsqueda de libertad creativa y laboral lo realizó a lo largo de varios viajes con su esposa, pero al final de varias idas y vueltas, su hijo Andrei tuvo prohibido salir de la Unión Soviética, y no pudo acompañar a su padre, sino solo hasta el momento de su muerte.
A su llegada a Italia, rodó el documental Viaje en el tiempo, junto a su amigo y compañero, Tonino Guerra[5]; una suerte de diario de camino, del director italiano, donde se enfoca en capturar y guardar todas las enseñanzas que Andréi le va compartiendo acerca del cine, la vida y la muerte, y la nostalgia.
Justamente éste último tema, serviría como punto central a su siguiente película Nostalgia, rodada en 1982 en localizaciones únicas dentro de la Toscana italiana, con presupuesto italiano y francés, exploraba básicamente la condición del individuo que no pertenece a ningún lugar dentro del mundo, y añora volver atrás a tiempos mejores de la existencia.
La película nuevamente se alzó con un triunfo en Cannes, obteniendo el Premio del Jurado y el premio al mejor director, compartido con Robert Bresson, a quien Tarkovski admiraba profundamente. Cabe mencionar que las autoridades soviéticas presionaron lo suficiente como para que el premio de La Palma de Oro a mejor película no fuese otorgado a Nostalgia, información que llegó a Andréi, y le decepcionó profundamente, por lo cual, prometió nunca más volver a la Unión Soviética.
Tras establecerse como disidente soviético en una comunidad de refugiados en la región de Latina, Tarkovsky recibió la invitación de Anna-Lena Wibom, presidenta del Instituto de cine sueco, y frecuente productora colaboradora del director Ingmar Bergman, a quien también Tarkovsky admiraba bastante.
Andrei aceptó la invitación y rodó en el país su última película bajo el nombre El Sacrificio, una historia centrada en la negociación que establece un hombre con Dios, para evitar un inminente holocausto nuclear, en la obra se tratan temas como la pérdida de la esperanza en el futuro, una búsqueda de redención humana, y la conexión del ser humano con lo divino.
A finales del año 1986, Tarkovsky fue diagnosticado con cáncer de pulmón terminal, por lo que, para enero de 1986, debió comenzar su tratamiento en París, y recién allí se le unió, su hijo André Jr., a quien se le permitió finalmente salir de la Unión Soviética, y para quien El Sacrificio le fue dedicada. La película terminaría ganando nuevamente el Gran Premio Especial del Jurado, el premio FIPRESCI y el Premio del Jurado Ecuménico en el Festival de Cannes, con André Junior recibiendo todas las estatuillas en nombre de su padre.
Tarkovsky partió a otro mundo en París el 29 de diciembre de 1986. Andrei cautivó a audiencias de todo el mundo, invitándonos a reflexionar sobre la existencia humana, la espiritualidad y la eternidad. Su dedicación a la creación artística y su búsqueda de la verdad y la belleza trascendentales, lo convirtieron en un cineasta visionario, cuya influencia se mantiene viva en generaciones posteriores de cineastas y amantes del cine.
El legado de Tarkovsky será recordado como una obra maestra atemporal, y un testamento del poder del cine para explorar lo más profundo de nuestra condición humana.
[1] Serguei Eisenstein fue un director y teórico de cine ruso, reconocido por sus teorías para el avance del montaje cinematográfico a mediados de los años ’20.
[2] Lev Kuleshov, cineasta y teórico ruso, presentó en 1922 el “efecto Kuleshov”, donde demostró el poder del montaje para influir en la percepción del público al combinar un primer plano neutral con diferentes imágenes.
[3] El Comité Estatal de Cinematografía de la URSS, más conocido como Goskinó, fue el ente estatal encargado de coordinar y organizar la actividad cinematográfica en la Unión Soviética.
[4] Andrei Konchalovsky, es un director de cine ruso de extensa trayectoria, amigo de Tarkovski desde la adolescencia, colaboraron varias veces en numerosos proyectos.
[5] Tonino Guerra, poeta y guionista italiano, fue invitado a colaborar en el guion de la película por el productor italiano de «Solaris». Aunque Tarkovski inicialmente estaba algo escéptico de incorporar a un guionista extranjero en su equipo, pronto establecieron una relación de trabajo sólida y una amistad duradera.
Licenciado en Dirección de Cine en la Universidad Columbia del Paraguay.
Candidato a Maestría en Publicidad y Relaciones Públicas en RUDN University (Rusia).
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