Licenciado en Dirección de Cine en la Universidad Columbia del Paraguay.
Candidato a Maestría en Publicidad y Relaciones Públicas en RUDN University (Rusia).

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Tiempo de lectura:8 Minutos, 58 Segundos

1932, jóvenes paraguayos partían al Chaco a combatir y morir en la guerra contra Bolivia. 1941, Jóvenes georgianos partían al frente a combatir y morir contra la invasión nazi a la Unión Soviética.

«El padre de un soldado» es una película de la entonces República Socialista Soviética de Georgia que narra la historia de un padre que, en plena Segunda Guerra Mundial, parte en busca de su hijo en el frente de batalla. El presente relato se entrelaza con la propia experiencia familiar del autor y los relatos de su abuelo, cuyo padre combatió en la Guerra del Chaco, que enfrentó a Paraguay y Bolivia entre 1932 y 1935, mostrándonos que la guerra es mucho más que un mero objeto de análisis geopolítico e histórico; es también una sombra constante que envuelve a familias, pueblos y naciones, trascendiendo generaciones en un dolor perpetuo.


Una historia me acompaña desde pequeño, sin tocarme directamente. La siento constante en mi recorrido existencial, de formas extrañas en cuanto a presentación, aunque realmente entiendo su existencia en mi mundo: la guerra.

En una de las últimas grandes charlas que logramos intercambiar mi abuelo José y quien les escribe (ambos siendo desde siempre hombres de demasiadas pocas palabras) obtuve de su parte, la historia sentimental de aquel padre suyo que había retornado de la Guerra del Chaco, reviviendo de entre los muertos que eran traídos al puerto de Asunción, para la cruel identificación que debían realizar los pobres familiares de las víctimas, mal comprendidas como héroes.

Su nombre era Justo, debo mencionar que nunca un nombre me había encajado tan bien después de oír un relato sobre resucitación. Aunque descubrimientos aparte, no fue eso lo que me terminaría llamando más la atención.

La Guerra del Chaco enfrentó a Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935. Fuente: Hipermegared.

Abuelo José nació en 1933, y su padre Justo Pastor se marchó al inicio de la guerra, en 1932, entonces ninguno de ellos pudo conocerse, interpretarse, recordarse. José imaginó a su padre a través de los cuentos de mamá, abuela, y todas las mujeres que se hacían cargo del país sin hombres. Las canciones de mamá contaban que Justo Pastor, su amor más grande, era un poeta rústico, de los que nos gustan escuchar en el barrio, entre risas y copas, sus palabras dulzonas, terminaban siempre enrojeciendo las mejillas de la amada que recibía sus elogios. Le gustaba cortar las flores del camino y llevarlas a casa. No utilizaba demasiadas palabras, pero su arte para seleccionar las frases correctas le permitía ser sincero y conciso, no se andaba con rodeos, y todo lo conseguía con su propio esfuerzo, hombre de campo trabajador, conocedor del sacrificio y los primeros silbidos de la mañana más temprana.

Qué hermoso habrá sido el día cuando mi pequeño José vio retornar a su querido padre Justo Pastor, ¡ay mi abuelo! Niño paraguayo triste que por fin obtiene una alegría. Justo Pastor regresó a casa con una bala que le entró por un lado del ojo izquierdo y salió por la parte trasera de su cabeza. Los comandantes al cargo creyeron que estaba muerto, por ende, descansaron su débil cuerpo entre los fallecidos y lo trajeron de vuelta a Asunción. Aunque grata fue la sorpresa cuando su madre y su esposa descubrieron que el corazón del hombre seguía latiendo, despacio, lento, pero vivo. Dijo mi abuelo en esta parte: “Cómo habrá sido ese momento, ¿verdad?, donde uno pasa de estar muerto a estar vivo”. No me lo puedo imaginar abuelo, sin embargo, gracias a que me contaste todo esto pude hacer mi mediometraje de tesis “Aramboty” (cumpleaños en idioma guaraní) como pequeño recuerdo de tu recuerdo.

Llegó a casa durmiendo, José veía y era consciente del dolor de su padre, pero por fin tenía frente a sí y para él, a ese poeta campesino, amante del amor que se trabaja en silencio y la familia suya. Justo Pastor despertó un día, aunque ya no era el mismo hombre: le había pasado la guerra. El que volvió sobrevivió, más no se comportaba de ninguna forma similar al que aparecía en los relatos de la madre. Este sí, se despertaba temprano para trabajar el campo, pero siempre guardaba silencio, era incapaz de amar, oír demasiadas voces juntas, y reaccionaba violentamente ante el mínimo disturbio que lo perturbase de sus vagos intentos por encontrar una paz, que ya ni siquiera conocía.

¿Murió el hombre? ¿Murió otro Justo Pastor? ¿Murió tan pronto ese niño paraguayo? ¿Murió el hogar? ¿¡Quiénes son los culpables!?

Cándido López. Después de la Batalla de Curupaytí, 1893. Óleo sobre tela.

La guerra siempre me recuerda a esa historia, o a las palabras de mi abuelo que mencioné anteriormente. En Paraguay tuvimos la cruenta Guerra de la Triple Alianza que nos dejó sin hombres en todas sus formas: ancianos, adultos y niños, todos desaparecieron. Las mujeres reconstruyeron el país desde la ceniza de nuestras ciudades y el recuerdo por la sangre seca de los que murieron hace mucho tiempo. Sobre la Guerra del Chaco ya conversamos bastante. Y ahora quien les escribe, lo hace desde Rusia. Al caminar por las calles de la majestuosa Moscú veo demasiados ancianos encorvados y mujeres bellas solitarias. ¿Dónde están los hombres jóvenes? ¿Por qué nos persigue la guerra? ¿O somos nosotros quienes la perseguimos?

Es en aquel momento posterior a la charla con mi abuelo, en donde descubro tres filmes elementales en mi existencia humana: La balada del soldado, Cuando pasan las cigüeñas y El padre de un soldado, ésta última, película sobre la cual hoy querido lector, quiero presentarte, venderte, ofrecerte, para que te aporte el mismo amor humano que me regaló a mí desde que la terminé de ver.

ჯარისკაცის მამა

El padre de un soldado (en georgiano ჯარისკაცის მამა, en ruso Отец солдата) es una película georgiana dirigida por Rezo Chjeidze, buen alumno del VGIK de Moscú (actual Universidad Rusa de Cinematografia de Moscú Guerásimov, ex Instituto Pansoviético de Cinematografía).

Escena de la película «El Padre de un Soldado«

Chjeidze se basó en el impecable y terriblemente humanista guión de Suliko Zhgenti, quien con tan solo 16 años partió al frente de la Gran Guerra Patria soviética, conociendo ahí a un anciano soldado que sobresalía por su coraje, Georgi Majarashvili, que serviría de prototipo para el héroe que protagoniza el relato.

La historia se puede resumir en: “El viejo campesino Georgi Majarashvili conoce a través de una carta, que su hijo ha resultado herido en el frente de batalla durante el curso de la Gran Guerra Patria, y decide visitarlo en el hospital dónde está ingresado, en la ciudad de Dubovo”. A partir de acá, el anciano deja su amado viñedo y a su esposa, alentado por otros aldeanos que no saben nada de sus hijos desde hace mucho, con la esperanza de que Georgi les traiga noticias sobre la supervivencia de aquellos. Georgi hará amigos a lo largo de su viaje, descubriendo la muerte, la desolación y el sufrimiento que atraviesan todos los pueblos involucrados.

Extracto de la película «El Padre de un soldado».

De mi parte, querido lector fiel a los textos míos, ya sabés que no voy a seguir contándote la historia, te respeto mucho por haber llegado hasta acá, y sé perfectamente que vas a descubrir que la versión original de la película en blanco y negro se encuentra en Youtube, y no tengo ninguna duda de que vas a elegir verla con mucho aprecio y atención.

¿Qué puedo contar entonces? Puedo decirte que El padre de un soldado tiene para mí los que, hasta el día en el que escribo este texto, son los últimos 10 minutos más terriblemente humanos que he tenido el privilegio de contemplar en todo el cine que conozco. No puedo presenciar ese final sin derramar lágrimas, por ende, también se me dificulta expresar en palabras todo lo que transmite, ya que hablo con el corazón roto, siendo esta imposibilidad de mi persona, un verdadero y sincero elogio al filme.

Monumento al padre del soldado en Gurjaani (este de Georgia), hecho por el escultor Merab Berdzenishvili. Fuente: Nostal GE.

El personaje principal, interpretado por Sergo Zakariadze, acaricia las partes más tiernas de nuestro concepto básico sobre los padres, los abuelos y hasta los niños, ya que la inocencia con la que nos vende su actuar, decisiones y gestos, nos permiten empatizar con él desde un lado muy cercano al respeto por la increíble humanidad desinteresada que presenta en su interpretación.

(¿Se dan cuenta que prácticamente no he hablado de la película?)

En 2008, se erigió un monumento en honor a Georgi Majarashvili en Kajetia, su localidad natal ubicada al este de Georgia. La escultura fue instalada cerca de un memorial que rinde homenaje a los habitantes del pueblo que perdieron la vida en la Gran Guerra Patria soviética.

Esta obra desvela que casi la mitad de los locales que no regresaron de la guerra se apellidaban Majarashvili.

Promoción de la película en idioma georgiano. Fuente: Black Dog Ship Tbilisi.

Por la historia familiar que les compartí al comienzo, siempre tuve la impresión de que, en la guerra, eran los hijos quienes esperaban el retorno de sus padres. Pero en El padre de un soldado, vislumbré una visión dada vuelta, donde son los padres quienes aguardan el volver del hijo, arrebatado por el conflicto patrio.

El final del filme nos deja incluso un final con más respuestas que preguntas. Aprecio enormemente su capacidad para aplicar su mensaje a los problemas del presente nuestro, esas son las películas que me gustan, e incluso tienen el poder de fortalecer mi respeto hacia ellas con el pasar del tiempo.

En mis últimos días en Moscú, contando los días para volver al Paraguay a degustar la polivalencia de la mandioca, me doy cuenta de la ausencia sonora de los hombres, y de la presencia silenciosa de las guerras.

No puedo evitar preguntarme qué sería de todos nosotros sin las guerras. ¿Habría niños felices en Paraguay? ¿Sería Justo Pastor el mismo poeta de siempre? ¿Sería necesario filmar una película como El padre de un soldado?

¿Seríamos Justo Pastor, mi abuelo y yo, hombres de demasiadas palabras?

Mi abuelo José fue chofer, camionero, poeta, autor de guaranias, maestro de música y otras cosas importantes en la vida. En la foto luce elegante su acordeón, el cual ejecutaba de manera consistente al igual que el piano electrónico, en función de la enseñanza y la obtención de melodías para las letras de sus canciones. Sus letras a menudo hablan en guaraní y español, sobre la añoranza, su esposa, la familia, las flores del jardín de su madre y los hijos con fortaleza incansable.


Ve la Película completa (subtitulada al inglés) en este enlace:

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