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En su obra Nomeolvides Armenuhi la autora argentina de ascendencia armenia Magdalena Tagtachian nos transporta a través del tiempo y el espacio para sumergirnos en la dolorosa historia de su familia armenia. En el corazón de esta narración se encuentra la figura de su abuela, Armenuhi, cuyo llanto inicial resuena como un eco de la tragedia que marcó a generaciones enteras de armenios: el Genocidio Armenio.

El Genocidio Armenio, ocurrido a principios del siglo XX durante el declive del Imperio Otomano, es un capítulo sombrío de la historia que ha sido ampliamente documentado pero que, hasta hoy, sigue siendo insuficientemente reconocido por la comunidad internacional. Fue un periodo en el que los armenios, como Armenuhi y su familia, fueron expulsados de sus hogares, arrancados de sus raíces, separados de sus seres queridos y privados de su historia y memoria colectiva. La obra de Tagtachian arroja luz sobre este episodio traumático, recordándonos la importancia de preservar y honrar la memoria de las víctimas y sus familias.

A lo largo de Nomeolvides Armenuhi, somos testigos de cómo la familia de la autora enfrenta múltiples adversidades al huir de su tierra natal. El temor, el abandono, el hambre, la enfermedad y la muerte se convierten en compañeros perpetuos de su travesía. Es como si los cuatro jinetes del apocalipsis se cernieran implacables sobre ellos, destruyendo sin piedad su comunidad y su forma de vida, obligándolos a atravesar el mundo entero solamente para poder encontrar un espacio donde poder seguir viviendo.

El Genocidio Armenio, aunque haya ocurrido hace más de un siglo, sigue resonando en la conciencia global como un recordatorio de la crueldad y la injusticia que pueden afligir a los pueblos en tiempos de conflicto. La historia de Armenuhi y su familia, compartida por Tagtachian con gran sensibilidad, se convierte en una voz que busca que no olvidemos el pasado, que aprendamos de él y que honremos la memoria de las víctimas, con la finalidad de superar tales acontecimientos y comprometernos a que no vuelvan a ocurrir.

Sin embargo, mientras recordamos el pasado, también debemos mirar hacia el presente. Tagtachian nos despierta de nuestro letargo occidental al señalar que, incluso un siglo después del supuesto fin del Genocidio Armenio, la historia parece repetirse de manera trágica, con otros autores, pero con las mismas víctimas, después de todo, ayer la República de Artsaj ha sido erradicada.

El fin de la República de Artsaj marca la trágica conclusión del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, una dolorosa manifestación del silencio internacional. El conflicto, que renació con feroz intensidad en el año 2020, presenció el avance implacable de las tropas azeríes en territorios de Armenia y Artsaj. Este avance revivió amargamente los recuerdos de un pueblo que ya había sufrido la persecución implacable del Imperio Otomano, y que, a pesar de sus gritos desesperados, enfrentó un silencio ensordecedor por parte de la comunidad internacional.

Mismo silencio que enfrentan el día de hoy el pueblo de Artsaj, silencio que proviene tanto del Occidente democrático, el occidente que supuestamente lucha por la verdad y la justicia, como de sus aliados y amigos más cercanos, como lo es Rusia. Menester es recordar las frases del Primer Ministro Armenio, Nikol Pashinyan, que denunciaba cómo la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) de la que tanto Armenia como Rusia son miembros, actuó tardía e inoperante, indolente e insuficiente, primero para impedir las agresiones azeríes en 2020, luego para liberar el corredor de Lachin y que ahora, finalmente, han actuado como cómplices silenciosos del fin de Artsaj.

Del mismo modo, es necesario recordar que durante la crisis que vivió Kazajistán en enero de 2022, con las protestas que hicieron temblar al gobierno, la OTSC actuó con una rapidez asombrosa: en menos de diez días cerca de 2.000 combatientes de la Organización, incluidos agentes armenios, suprimieron las protestas y reestablecieron el orden nacional. Es por ello que resulta aún más trágico ser testigo de la posición indolente de la OTSC ante el sufrimiento de uno de sus miembros.   

Actualmente, según las cifras preliminares dadas por Diario Armenia, los desplazados y prontos refugiados de la antigua República de Artsaj rondan aproximadamente los 68.000, cifra que no se detendrá y que aumenta exponencialmente dada la inacción del mundo. Armenia y los armenios, nuevamente sufren un genocidio y tristemente, el mundo vuelve a guardar silencio.


Escrito Christofer Cerón, Licenciado en Historia en la Universidad de Chile.

*El contenido de esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de Revista Tarpán.

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