Ciencia Política y de la Administración por la UNED. Anteriormente colaborador en la Embajada de España en Albania. Interesado en geopolítica y relaciones internacionales.
En la mañana del 11 de abril de 1985, los medios gubernamentales albaneses anuncian la muerte de Enver Hoxha, jefe de estado desde la victoria de los partisanos en la Segunda Guerra Mundial. El mandatario estableció su gobierno con políticas basadas en la doctrina estalinista y en una hermética opacidad. Tras su muerte, Albania se vuelve un país de rumbo incierto repentinamente golpeado por la inercia de la victoria occidental en la Guerra Fría. Se inicia así una de las transiciones políticas más traumáticas de Europa Oriental.
Los últimos días de la República Popular Socialista de Albania
El proceso de apertura iniciado en la República Popular China tras el fallecimiento de Mao Zedong no fue bien recibido por el régimen de Tirana. En 1961, Hoxha había roto relaciones con la URSS por una razón similar: la desestalinización del estado soviético, incrementando entonces su dependencia de China. Sin embargo, tras el cisma sino-albanés de 1978, el aislamiento diplomático y comercial del país es casi total, pues los tibios acercamientos con los estados vecinos no bastaron a Albania para suplir las prestaciones chinas. Hasta su muerte, Hoxha intensificó su política de autarquía en un contexto de atraso tecnológico y profunda escasez.
Ramiz Alia, uno de los hombres fuertes del Byroja Politike -Politburó albano-, asume el mando bajo el reto de sacar al país de la crisis y anticiparse a una potencial inestabilidad, pero pronto es testigo de las primeras protestas contra el régimen. En el contexto de la caída del comunismo en Europa y la cercana ejecución de los Ceauşescu en Rumanía, Alia responde con medidas aperturistas. No obstante, las revueltas estudiantiles (que culminan con el derribo de la estatua de Hoxha en la Plaza Skënderbej) le dan a entender que el cambio debe ser profundo. En marzo de 1991, el gobierno del Partido del Trabajo convoca y gana las primeras elecciones libres; Alia aprueba una constitución democrática en el parlamento, pero la crispación social lleva a unos nuevos comicios en el primer año de legislatura.
En 1992, el Partido Democrático (PD) se sirve de la situación en las calles para obtener una determinante victoria electoral, dando lugar a la primera alternación en el poder en cinco décadas. Sali Berisha, un conocido cardiólogo de ideología conservadora, es elegido nuevo presidente. Entre las luces de Berisha estarán la reconstrucción económica (aunque con algunas privatizaciones infructuosas) y la armonización de las relaciones exteriores. Entre sus sombras, las acusaciones de autoritarismo y el colapso de las instituciones en 1997. Durante el mandato del PD seguirán siendo una constante la falta de oportunidades, las dificultades económicas y, consecuentemente, la emigración de muchas familias.
El éxodo en la nueva Albania
La repentina transición de un estado hermético a uno con fronteras abiertas desata un caos demográfico. La idea de un posible éxodo comienza a finales de 1985, cuando una familia albanesa solicita asilo político en la Embajada de Italia en Tirana, desatando la tensión diplomática entre ambas orillas del Adriático. Desde entonces y durante cinco años, la familia Popa residiría en el interior de la legación italiana para evitar ser detenida por las autoridades, que vigilarían el lugar (a través de confidentes de la Sigurimi, o policía secreta albanesa, empleados en el interior de la representación) para impedir su marcha del país. El gobierno autoriza finalmente su exilio a Italia en 1990, lo cual es interpretado como un gesto de debilidad. Como reacción, 5.000 ciudadanos albaneses irrumpen en varias embajadas extranjeras con el objetivo de huir del país; a ellos también se les permite marchar.
La apertura de las fronteras tiene un efecto devastador para Albania (un 20% de los ciudadanos en edad de trabajar emigran), pero también para Italia. En marzo de 1991, cerca de 27.000 albaneses llegan al puerto de Brindisi con embarcaciones de todo tipo, desatando una crisis humanitaria sin precedentes. No obstante, la imagen que queda en las retinas de Europa se da en agosto, cuando una gran nave mercantil desembarca en Bari con unas 20.000 personas apiladas a bordo. Durante el resto de la década sigue habiendo llegadas por mar; la más letal se salda con 80 muertos, al hundir el ejército italiano una embarcación.
Con el objetivo de atajar el problema migratorio, las relaciones con Italia entran en una nueva y armoniosa fase de cooperación. Por el contrario, se deterioran los lazos con Grecia, que deporta a multitud de inmigrantes e impide sistemáticamente la llegada de ayuda financiera de la Unión Europea a Albania. No obstante, el gobierno de Berisha consigue la admisión al Consejo de Europa en 1995 (a pesar del fracaso del referéndum para una nueva constitución, a priori condición sine qua non del Consejo), marcando un hito internacional para el país. Además, se produce el primer encuentro entre los presidentes de Albania y Estados Unidos, lo cual da lugar al comienzo de la cooperación militar con la OTAN: mientras Estados Unidos se sirve de los aeródromos albaneses para sus operaciones en Bosnia, Albania despliega soldados en el contingente de la alianza atlántica en Croacia, enviando tropas al exterior por primera vez en su historia.
El colapso del país y la cuestión kosovar
Berisha ve en el apoyo internacional una oportunidad de desplegar ciertas políticas autoritarias con el beneplácito de los países occidentales, que ignoran deliberadamente las irregularidades de las elecciones generales y locales de 1996. Asimismo, el gobierno fomenta la comercialización de unos productos financieros por parte de varias sociedades de inversiones, algunas de las cuales guardan vínculos con mafias. En un primer momento, todo aquel ciudadano que realiza depósitos en el sistema obtiene unas ganancias desorbitadas, lo cual lleva a muchos a vender sus bienes e invertir el dinero. A finales de 1996, uno de cada tres albaneses se ha involucrado, sin saberlo, en una estafa piramidal.
En 1997 todo estalla. En enero, las entidades se declaran insolventes y dejan súbitamente de devolver el dinero a la gente, que rompe en cólera en las calles y es reprimida con brutalidad. El 28 de febrero, la policía mata a tres personas en la ciudad sureña de Vlorë, de tradición socialista, lo cual convierte el movimiento de protesta en un levantamiento. La población toma comisarías y bases militares, el ejército deserta en bloque en varias regiones y el gobierno decreta el estado de excepción: ‘‘Es una revolución proletaria’’.
Tras observar el estado de anarquía y los continuos asaltos que se producen en las ciudades tomadas, ningún partido o actor internacional apoya la insurrección, por lo que el orden se restablece rápidamente en Tirana y las ciudades septentrionales. No obstante, la caótica situación en el sur preocupa a Grecia e Italia ante la posibilidad de una nueva crisis migratoria. Ambos países piden una intervención militar, pero Alemania y Reino Unido no quieren una guerra contra civiles: la intervención tendrá un enfoque humanitario y requerirá de un previo gesto pacificador del gobierno. En marzo, Estados Unidos pide a Berisha que dimita y el Consejo de Seguridad de la ONU autoriza la Operación Alba para garantizar la celebración de elecciones supervisadas por la OSCE. La revolución y el subsecuente colapso concluyen con más de 1500 muertos por todo el país.
La misión internacional es un éxito en sus propósitos, pero ignora que medio millón de armas de la policía y el ejército albanés han sido robadas por civiles y los clanes mafiosos. La cifra no pasa desapercibida, pero tampoco el paradero del armamento: gran parte ha acabado en manos de la UÇK, la organización paramilitar pro albanesa que lucha por la independencia de Kosovo. De esta manera, la UÇK intensifica sus ataques contra las autoridades serbias, que responden con una premeditada limpieza étnica contra los albaneses (en ese momento, el 80% de la población kosovar) desplazando a un millón de personas hacia el sur y desatando una crisis de refugiados sin precedentes en Albania y Macedonia del Norte. La cooperación entre Albania y la OTAN es clave para asistir a todos los refugiados y forzar a Belgrado a retirar sus tropas de Kosovo.
A pesar de todo, el siglo concluye con dos eventos esperanzadores para Albania. En 1998, el parlamento aprueba una nueva constitución que cumple con los estándares de la modernidad europea. Un año después, se produce el retorno desde su exilio en París de uno de los mayores intelectuales de la historia de los Balcanes, Ismail Kadaré, hecho que simboliza la vuelta de las artes libres y el pensamiento disidente al país.