VIdeoperiodista, cineasta y explorador, atravesando las ruinas perdidas de civilizaciones, dando vida a los lugares de descanso de monumentos olvidados.

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Mezquita de Haji Ibrahim (siglo XV). Foto: Haris Tigr.

La Mezquita de Haji Ibrahim es una de las más septentrionales jamás construidas. Mirando hacia Europa Central, se asienta en el margen del río que separa Hungría de Eslovaquia. Casi como si la mezquita estuviera congelada en una intensa mirada hacia abajo, apuntando a Europa, que ha durado 4 siglos. Esta mezquita se erige como uno de los pocos restos del olvidado dominio islámico otomano de Hungría.

Al Sultán Solimán el Magnífico, uno de los mayores sultanes del Imperio Otomano, se le atribuye la historia entre los otomanos y Hungría. Político excepcional, general formidable, poeta talentoso y un temido oponente. En vez de tratar a Hungría como una tierra lejana y distante, Solimán la hizo su ambición de vida, con el fin de llevar el estandarte otomano al punto más lejano al que cualquier sultán pudo y hubiera querido llevarlo. Él, personalmente, lideró sus ejércitos tres veces contra Viena, y en siete oportunidades contra Hungría.

Mezquita de Haji Ibrahim en Esztergom, Hungría. Foto: Haris Tigr.

La Batalla de Mohács en 1526 fue un hito crucial donde Solimán puso de rodillas al Reino de Hungría. Fue la batalla a gran escala más rápida de la historia. Entre los luchadores, participaron grandes figuras otomanas, incluso Gazi Huzrev Bey, gobernante de Bosnia.

En 1541, Solimán marchó triunfalmente hacia Budapest, la ciudad donde, durante el siguiente siglo, se atestiguaría el desarrollo de 67 mezquitas y 16 hamanes que dominarían el horizonte. Desde la misma colina del castillo que hoy visitan turistas de todo el mundo, el sultán Solimán gobernó sobre Buda. En conmemoración de su victoria, la principal iglesia de Budapest mantuvo la primer Yumu’ah (azalá del viernes) en la historia de Hungría. Allí, en el púlpito, Solimán agradeció a Allah por la victoria.

Castillo de Buda en Budapest. Foto: Haris Tigr.

Hacia 1566, a pesar de su avanzada edad, Solimán se enmarcaría en una nueva campaña hacia Szigetvár, Hungría, pero esta vez sería la última. Pocas horas antes de la noticia del triunfo musulmán, Solimán partió de este mundo en el mismo territorio al que le había dedicado su vida. Mientras su cuerpo fue llevado a salvo de regreso a Estambul para prevenir que se contaminara, sus órganos permanecieron enterrados en esos campos. Solimán el grande, el magnífico, dejó su corazón en Hungría, ambos física y simbólicamente.

Lugar de descanso de los órganos internos de Solimán en los Campos de Szigetvár, Hungría. Foto: Haris Tigr.

A pesar de una vida corta, los otomanos le dieron a esta región 150 memorables años. Que hasta hoy es visto por muchos húngaros con nostalgia a pesar de que los otomanos los gobernaron. Si bien es cierto que muchas iglesias se convirtieron en mezquitas, esto fue puramente político. En cambio, el dominio otomano fue benevolente al permitir la libertad religiosa, incluso permitiendo a los protestantes, que hasta ese momento eran oprimidos por los católicos por practicar su fe. Habían hecho lo que pocos imperios habían logrado en el pasado. Siguiendo los pasos de los romanos y del gran Imperio Mongol, los otomanos han sazonado estas tierras con majestuosidad imperial y espléndida arquitectura, que se mantiene visible para el ojo vigilante.

Si no hubiera sido por este solo hecho por el que aún se podían encontrar rastros otomanos en Hungría, las ciudades que podrían haberme parecido aleatorias y sin sentido, ahora albergan una sensación única de familiaridad. En 4 días atravesé siete ciudades a la caza de estas reliquias perdidas y en descomposición que pronto serán publicadas como documental. Pero en lugar de visitar estas ciudades, había visitado una era, una era desaparecida hace mucho tiempo.

Una estatua menospreciando la insignia otomana tras la retirada otomana en la década de 1600. Foto: Haris Tigr.

Aunque para 1686 los otomanos ya habían hecho sus maletas para no volver nunca más a Hungría, estas cápsulas del tiempo se mantuvieron. Lejos de casa y lejos de su tiempo. Desde minaretes solitarios hasta cálidos baños turcos y mezquitas se convirtieron en Iglesias. La sensación agridulce de maravillarse ante la inimaginable expansión musulmana, pero también sentir una dolorosa ausencia en las ruinas de las mezquitas.

La mezquita otomana más grande que queda en el lugar, luego convertida por la fuerza en iglesia. Foto: Haris Tigr.

Es posible que estas mezquitas nunca vuelvan a su uso original, pero hay algo realmente poético sobre estos espacios. Estos lugares irregulares que no se conforman con su entorno. Casi como si estar aquí en estas antiguas mezquitas otomanas, confinadas dentro de estos muros, fuera como estar atrapado en el limbo. Un pasado que sólo sigue viviendo entre estos muros. Un paso afuera me devuelve directamente al presente. Un reino sagrado que trasciende el tiempo. Una sutil pista, un recordatorio o hasta un trofeo, si se quiere, de un grandioso imperio.

Uno de los baños otomanos más grandes en Budapest. Foto: Haris Tigr.

De camino a Hungría, una sensación de euforia me abrumó. Era como si hubiera seguido los pasos de los otomanos, viajando hacia estas lejanas ciudades como si los estuviera acompañando en sus campañas. Pero ahora, mientras viajo de regreso a casa, estoy lleno de remordimiento. Me siento derrotado. Siento como si yo también hubiese seguido a los otomanos en su retirada. Viajando de regreso a través de las mismas llanuras que albergaron las mejores batallas de la historia. Y cuando el sol hace su última aparición en el horizonte mientras miro por la ventana del avión, marca el final simbólico. Un fin a la gloria, la magnificencia y la era de los otomanos.

Publicado originalmente en el sitio web de Haris Tigr.

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